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Saudade

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  “No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.”   ¿Os he contado las tres veces que estuve en Lisboa? La primera fue un despropósito, como todo en mi matrimonio; aquello parecía una gincana para ver cuántos barrios éramos capaces de visitar en el menor tiempo posible, algo, sin duda, contrario al alma lusitana. Yo no daba crédito. La segunda vez, dejado reposar el divorcio, nos fuimos una amiga y yo y descubrimos una Lisboa a la medida de nuestros pasos y de nuestro bolsillo, fue poco tiempo, como todas mis visitas a Lisboa, pero agradecido y cumplido. Hacía falta un desagravio y dimos buena cuenta de él; especial mención al barrio de Alfama, a sus humildes sardinas y a sus cantaores de Fados por un desayuno. La tercera vez fue un viaje organizado donde además de Lisboa, visitábamos Coimbra. Ya Lisboa estaba gentrificada, ambos tratábamos de visitar los lugares que habían quedado fijos en nuestra retina con anterioridad, aunque sí apareció el Chiado estalla

El pan del pueblo

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  Para que comiéramos pan del día en el almuerzo del colegio mi madre me mandaba a comprar el pan a casa de Lucía la del pan, o si se nos hacía tarde, a la panadería de Vicenta, que estaba más cerca. Mientras acabábamos de arreglar nuestras cosas y esperábamos a que   nuestros primos llamaran al timbre para irnos tod@s junt@s, mi madre preparaba el almuerzo, que no sabíamos de qué estaba hecho hasta que sonaba el timbre del recreo; siempre mucha mezcla de fiambre y nunca de Nocilla, como deseábamos. Para el fin de semana dejábamos la bolsa del pan en el horno de Domingo los sábados, y yo me ofrecía voluntaria para ir a recogerlo porque en ese horno olía muy bien y hacían unas enseimadas espectaculares; no con azúcar glas sino con azúcar en grano, era su hecho diferencial. Las recuerdo porque si salíamos mi madre y yo por la tarde a comprar un costurero y un bastidor a casa de Miret y se hacía la hora de merendar, entrábamos en casa de Domingo y me compraba una con chocolatina de Ling

Taxi Tuits

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  El taxista pronunció con tono acusatorio: -Denegada- Ella, que sabía que tenía saldo, insistió; -Denegada- Sacó un billete de veinte solo por joder. -Cóbrese- "Pedazo de cabrón que tiene el datáfono estropeado y me echa la culpa a mí". *** Había una parada de taxis justo delante del hospital pero prefirió estirar las piernas y llegar hasta la siguiente. Dió la dirección e indicó la ruta preferida. El taxista empezó a recordar su adolescencia en una sala mítica de la zona; ella lo miró por el retrovisor. -Debemos tener la misma edad- calculó. Todo el cansancio acumulado durante días se apoderaba de ella y tuvo que hacer un esfuerzo por devolver a su memoria a aquella época despreocupada y loca. -Mira, aquí vivía yo- dijo él. Fue la mejor carrera en mucho tiempo. *** Le pido la parada a un taxi y en lugar de parar acelera y sale pitando. Le pido la parada al siguiente y para 50 metros más lejos porque el semáforo está en rojo. Voy corriendo, intent

Por Soleá

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  En los múltiples y variados talleres que se impartían en L’Ateneu Russafa estaba el de guitarra flamenca; efímero taller dirigido por Faelo en el que nos dió tiempo de aprender la base de la Rumba y la de los Tangos antes de que nos abandonase rumbo a Italia detrás de unas faldas. Nunca más supimos de él y nos quedamos con nuestras guitarras y nuestras ganas; la mía era prestada, la guitarra, no las ganas, así que quedé huérfana sólo a la mitad. Con el tiempo pude comprarme una guitarra para zurdas y llegué a tener un joven profesor particular que me enseñaba los acordes básicos para los que mi tiempo era claramente insuficiente: trabajaba siete días a la semana y el poco tiempo libre que tenía lo dedicaba a reponer fuerzas para el día siguiente. La histórica reivindicación de ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso y ocho horas de tiempo libre se la pasaba el Alcalde de mi pueblo por el forro de los cojones. Cuando al fin tuve tiempo escaseó el dinero; esta vez me quedé con

Vientos del pueblo me llevan

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  Estaba viendo Las invasiones bárbaras al poco de mudarme cuando tocaron al timbre y me asomé por la recién estrenada mirilla; no revestía peligro: aquel chaval apareció por mi puerta vendiendo la Revolución en forma de periódico. Cuándo le dije que no sabía si me quedaría, a su rostro asomaron la sorpresa y la decepción a partes iguales; sin conocerme de nada. No sabía que había creado tanta expectación cuando, desde el umbral de la puerta, dije que mi militancia estaba en Izquierda Unida, que siempre había sido así desde su creación en el 86. Tampoco quise darme importancia al señalar que había pertenecido a SOS Racisme en sus inicios y que tal vez ahora convendría recuperarlo, cuando me habló de la lucha antirracista. Hablamos también de periódicos digitales: eldiario.es, la Revista CONTEXTO; él no conocía El Salto, así que tomó nota mentalmente. Le compré un periódico: dos lereles. -Más caro que El País-Bromeé, él guardó silencio; no quise molestarle y menos ofenderle .

Ensoñaciones domingueras

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  Pues aquí estamos Winona y yo cada una en su cama; ella en el mes de octubre del calendario de Fotogramas leyendo el guión de La edad de la inocencia de M. Scorsese y yo leyendo Cabaret Ploma 2, socialicemos las lentejuelas, de Rampova. Me dejo llevar aún en los brazos de Morfeo, pensando que a ninguna de las tres nos importaría despertar al lado de Sir Daniel Day-Lewis en cualquier momento de nuestras vidas, o en cualquier momento de la suya, como mejor convenga. Aunque después cada uno a su casa, que a veces   las relaciones son como el menú de un restaurante chino: empiezan con un rollito primavera y acaban con un cerdo agridulce, y eso no, nada menos ahora que soy vegetariana. Hilando pensamientos reparo en el parecido que le saco a Daniel, así de lejos y sin las gafas puestas, con Billy Bob Thornton y, en que cada vez que pienso en Billy Bob recuerdo el polvo que pegan Halle Berry y él en Monster’s Ball, de Marc Foster; sólo igualable al de Jessica Lange y   Jack Nicholson

Hacer lo contrario

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  Se había pasado la noche de farra y al día siguiente tenía que dar un taller sobre Género y Desarrollo en La Florida Universitaria a cargo de la ONGD, desaparecida por los malosos, Acsud-Las Segovias. Tenía el tiempo justo de pasar por casa para darse una ducha y cambiarse de ropa; escogió sus ajustados pantalones rojos (porque toda chica debe tener unos pantalones rojos) ya que iba a contar con un público adolescente que decían las malas lenguas, no gozaba de demasiada buena reputación. Traía preparado un juego de rol prestado por una asociación amiga, era su as en la manga. Al terminar, ya en el bar, el profesor, presente durante el transcurso del taller, le preguntó en qué centro daba clase. -No, yo soy de la No-Formal- Contestó, sin medir el efecto de sus palabras. Años más tarde, bastantes años más tarde, tuvo la oportunidad de estudiar Magisterio, no como Escuela ya sino como Grado. Probó la experiencia, pero entre otras cosas, se dijo que aquel no era ya su tiempo; o p