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Taxi Tuits

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  El taxista pronunció con tono acusatorio: -Denegada- Ella, que sabía que tenía saldo, insistió; -Denegada- Sacó un billete de veinte solo por joder. -Cóbrese- "Pedazo de cabrón que tiene el datáfono estropeado y me echa la culpa a mí". *** Había una parada de taxis justo delante del hospital pero prefirió estirar las piernas y llegar hasta la siguiente. Dió la dirección e indicó la ruta preferida. El taxista empezó a recordar su adolescencia en una sala mítica de la zona; ella lo miró por el retrovisor. -Debemos tener la misma edad- calculó. Todo el cansancio acumulado durante días se apoderaba de ella y tuvo que hacer un esfuerzo por devolver a su memoria a aquella época despreocupada y loca. -Mira, aquí vivía yo- dijo él. Fue la mejor carrera en mucho tiempo. *** Le pido la parada a un taxi y en lugar de parar acelera y sale pitando. Le pido la parada al siguiente y para 50 metros más lejos porque el semáforo está en rojo. Voy corriendo, intent

Por Soleá

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  En los múltiples y variados talleres que se impartían en L’Ateneu Russafa estaba el de guitarra flamenca; efímero taller dirigido por Faelo en el que nos dió tiempo de aprender la base de la Rumba y la de los Tangos antes de que nos abandonase rumbo a Italia detrás de unas faldas. Nunca más supimos de él y nos quedamos con nuestras guitarras y nuestras ganas; la mía era prestada, la guitarra, no las ganas, así que quedé huérfana sólo a la mitad. Con el tiempo pude comprarme una guitarra para zurdas y llegué a tener un joven profesor particular que me enseñaba los acordes básicos para los que mi tiempo era claramente insuficiente: trabajaba siete días a la semana y el poco tiempo libre que tenía lo dedicaba a reponer fuerzas para el día siguiente. La histórica reivindicación de ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso y ocho horas de tiempo libre se la pasaba el Alcalde de mi pueblo por el forro de los cojones. Cuando al fin tuve tiempo escaseó el dinero; esta vez me quedé con

Vientos del pueblo me llevan

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  Estaba viendo Las invasiones bárbaras al poco de mudarme cuando tocaron al timbre y me asomé por la recién estrenada mirilla; no revestía peligro: aquel chaval apareció por mi puerta vendiendo la Revolución en forma de periódico. Cuándo le dije que no sabía si me quedaría, a su rostro asomaron la sorpresa y la decepción a partes iguales; sin conocerme de nada. No sabía que había creado tanta expectación cuando, desde el umbral de la puerta, dije que mi militancia estaba en Izquierda Unida, que siempre había sido así desde su creación en el 86. Tampoco quise darme importancia al señalar que había pertenecido a SOS Racisme en sus inicios y que tal vez ahora convendría recuperarlo, cuando me habló de la lucha antirracista. Hablamos también de periódicos digitales: eldiario.es, la Revista CONTEXTO; él no conocía El Salto, así que tomó nota mentalmente. Le compré un periódico: dos lereles. -Más caro que El País-Bromeé, él guardó silencio; no quise molestarle y menos ofenderle .

Ensoñaciones domingueras

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  Pues aquí estamos Winona y yo cada una en su cama; ella en el mes de octubre del calendario de Fotogramas leyendo el guión de La edad de la inocencia de M. Scorsese y yo leyendo Cabaret Ploma 2, socialicemos las lentejuelas, de Rampova. Me dejo llevar aún en los brazos de Morfeo, pensando que a ninguna de las tres nos importaría despertar al lado de Sir Daniel Day-Lewis en cualquier momento de nuestras vidas, o en cualquier momento de la suya, como mejor convenga. Aunque después cada uno a su casa, que a veces   las relaciones son como el menú de un restaurante chino: empiezan con un rollito primavera y acaban con un cerdo agridulce, y eso no, nada menos ahora que soy vegetariana. Hilando pensamientos reparo en el parecido que le saco a Daniel, así de lejos y sin las gafas puestas, con Billy Bob Thornton y, en que cada vez que pienso en Billy Bob recuerdo el polvo que pegan Halle Berry y él en Monster’s Ball, de Marc Foster; sólo igualable al de Jessica Lange y   Jack Nicholson

Hacer lo contrario

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  Se había pasado la noche de farra y al día siguiente tenía que dar un taller sobre Género y Desarrollo en La Florida Universitaria a cargo de la ONGD, desaparecida por los malosos, Acsud-Las Segovias. Tenía el tiempo justo de pasar por casa para darse una ducha y cambiarse de ropa; escogió sus ajustados pantalones rojos (porque toda chica debe tener unos pantalones rojos) ya que iba a contar con un público adolescente que decían las malas lenguas, no gozaba de demasiada buena reputación. Traía preparado un juego de rol prestado por una asociación amiga, era su as en la manga. Al terminar, ya en el bar, el profesor, presente durante el transcurso del taller, le preguntó en qué centro daba clase. -No, yo soy de la No-Formal- Contestó, sin medir el efecto de sus palabras. Años más tarde, bastantes años más tarde, tuvo la oportunidad de estudiar Magisterio, no como Escuela ya sino como Grado. Probó la experiencia, pero entre otras cosas, se dijo que aquel no era ya su tiempo; o p

Russafa

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          Nací   en una clínica privada que había en la calle Ruzafa, al otro lado de la Gran Vía de las Germanías; una clínica que cubría un seguro que mis padres tenían porque en aquellos años ni siquiera existía el Régimen General de Autónomos. Mi madre se quedó tranquila cuando le dijeron que había sido una niña y que era la única niña que había nacido esa noche (por si me robaban o algo). Mi abuela Josefa ya hacía tiempo que vivía en el barrio; la familia dejó Paterna cuando los hijos varones tuvieron edad para estudiar la Secundaria y se trasladó a la calle Dr. Serrano. Por ese motivo y por la cercanía con la Estación del Norte, dado que mi abuelo era ferroviario de RENFE. Pasaban los años y mi madre y sus tres hermanas se casaron una tras otra en la iglesia de San Valero; mientras, mi abuela siguió viviendo en el barrio, cada vez en una calle, cada vez en una casa que reformaba y luego vendía para comprar otra que reformar. Siempre que íbamos a verla mi padre aparcaba en

Mientras dormías

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  El grupo se fue formando de a poco. Primero llegaron Marcela y ella y casi enseguida llegó el primero con un libro para ella, lo había escrito su exmujer. Él le indicaba cómo le había ayudado a llegar a aquellas conclusiones e insistía mucho en los detalles mientras señalaba la importancia de cada párrafo a medida que ella avanzaba en el libro para hacerse una idea. Él le apartó con una caricia un mechón de pelo; el otro, que se había incorporado ya al desarrollo de   las explicaciones literarias, reparó en el detalle y quiso aportar su granito en la pugna por la mujer cogiéndole la mano derecha y besándosela, ella dejó por fuerza de leer, él detuvo sus explicaciones y miró indignado al otro que le devolvía desafiante la mirada. Ella volvió de nuevo la vista hacia el libro y se alejó del grupo continuando la lectura sin poder evitarlo. Sabía que había llegado el momento de escoger y no podía hacerlo.