Russafa

 

      Nací  en una clínica privada que había en la calle Ruzafa, al otro lado de la Gran Vía de las Germanías; una clínica que cubría un seguro que mis padres tenían porque en aquellos años ni siquiera existía el Régimen General de Autónomos.

Mi madre se quedó tranquila cuando le dijeron que había sido una niña y que era la única niña que había nacido esa noche (por si me robaban o algo).

Mi abuela Josefa ya hacía tiempo que vivía en el barrio; la familia dejó Paterna cuando los hijos varones tuvieron edad para estudiar la Secundaria y se trasladó a la calle Dr. Serrano. Por ese motivo y por la cercanía con la Estación del Norte, dado que mi abuelo era ferroviario de RENFE.

Pasaban los años y mi madre y sus tres hermanas se casaron una tras otra en la iglesia de San Valero; mientras, mi abuela siguió viviendo en el barrio, cada vez en una calle, cada vez en una casa que reformaba y luego vendía para comprar otra que reformar.

Siempre que íbamos a verla mi padre aparcaba en la puerta. Era un barrio de clase trabajadora. Sorprendente ¿no?

Unas Fallas me quedé en su casa; ella iba todas las mañanas a misa, y como sabía que mi padre era ateo, me dejaba en casa con mi abuelo que estaba ciego y que no hablaba mucho conmigo, tampoco yo con él. Aprovechaba entonces para asomarme al deslunao a flipar con la cantidad de gat@s que habitaban allí. L@s observaba, estudiaba sus costumbres. Siempre me fascinó esa elegancia felina.

Después nos íbamos a comprar al mercado y a mí no dejaba de sorprenderme que dentro del edificio hubiera una fuente; yo, pequeña niña de pueblo, alucinaba con las dimensiones, con los productos que se ofrecían al alcance de la mano, con la veriedad de género. Tantas paradas, tanta oferta. Me quedaba embelesada con todo aquel bullicio de mujeres comprando, todo aquel jaleo que aún retumba en mis oídos, como años más tarde retumbaría el propio de MercaValencia cuando ayudaba a mi padre en verano a hacer la compra al por mayor para la tienda sin nombre, la tienda de Pepe.

Más tarde Ruzafa cambió y se pobló del Magreb y de América Latina, y de un pequeño Ateneo que hacía las veces de taberna fantástica.

Mucho ha llovido y ya nada parece normal y corriente, en su lugar hay un inmenso escaparate de gestos y posturas ensayadas frente al espejo, paseantes de perr@s, especulación inmobiliaria de alto nivel, codicia y banderas de España.

Pero también, entre tanto ruido e inmundicia, por los resquicios de las noches, si te paras a escuchar llegas a percibir el correr del agua en Russafa.




Fotografia prestada de Marc Peris

Instagram: @soma.marc



Comentaris

  1. A veces es necesario detenerse para ser capaz de volver a la esencia..

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    Respostes
    1. Me temo que la esencia, en este caso, forme ya parte del recuerdo más que del presente.
      Pero gracias por el aporte.
      Salut.
      Cris.

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