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Sobre gustos no hay nada escrito

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  Un amigo de Twitter había subido a su TL una fotografía de unas gildotxas un tanto especiales: en lugar de anchoas había boquerones envolviendo el vitet   y coronaba el pintxo un huevo duro de codorniz. Enseguida pensó: esto tengo que dárselo a probar. La crítica culinaria no se hizo esperar: tenías que haber puesto el huevo al final para matizar el sabor de la pebrera; su respuesta fue suave pero contundente: esto es como una tabla de quesos, se empieza por el sabor más suave y se va en aumento. No hubo contra réplica, apuró su cerveza y se fue derecho a la cama, no a esperarla sino a dormir la mona que arrastraba desde el día anterior. Pues menudo plan, con esto no contaba. Por supuesto el final estaba bien cerca; un par de encuentros más encendieron en su cabeza la señal de rien ne va plus. Lo malo es que él se había quedado con su ejemplar del Sup  y  ella a su vez con el de él de Vázquez Montalbán. Pues menudo plan, a la larga salía ganando él porque comparando los dos

No, no me arrepiento de nada

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  Se me empiezan a olvidar las cosas, los pensamientos, las acciones. Tengo cuarenta y nueve años y no soy capaz de recordar para qué he venido al escritorio; hago muchos viajes en balde. La memoria inmediata se ha convertido en una falsa aliada a mis ojos. Pienso, sin embargo, con claridad sobre todo cuanto acontece social y políticamente en   mitad de esta pandemia. Pienso que los seres humanos en su mayoría, estamos ciegos de egoísmo e hipocresía, que solo nos importamos a nosotros mismos   y que la lucha por la supervivencia traerá desesperación y será despiadada con los más débiles. Ya lo está siendo. No pretendo ser la voz de la conciencia de nadie, ni dar lecciones de moralidad a quienes no las atienden. Los hombres y las mujeres han llenado las bibliotecas con pensamientos mejor o peor encuadernados, están al alcance de cualquiera. Tal vez sería el momento de dejar de producir materiales para pasar a producir un pensamiento colectivo crítico y emancipatorio que ayud

Médico y paciente

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  Han congeniado y han llegado a un acuerdo tácito: el paciente no le llamará si no es absolutamente necesario pues el médico tiene otros muchos pacientes que atender en su loco horario de guardias imposibles. En sus encuentros se ponen al día de todo lo acontecido desde la última visita; a veces el paciente, dejándose llevar por el ambiente distendido, quiere saber más sobre el médico y este se escabulle con frases que él interpreta, desde el farfullar, como un distanciamiento profesional riguroso y necesario. No hay tiempo para silencios incómodos, tal es el grado de complicidad entre ellos. Cada vez que el paciente entra en la consulta el mundo entero se detiene porque la vida de ambos está en ese momento en manos de los dos y el paciente siempre hace que broten jazmines de la estilográfica del médico.                           Fotografía: @Crisangu72 Balconades de Russafa                               

Song

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  Sé cuál fue el momento exacto En que te partí el corazón Tuve que hacerlo Mi vida era sólo para mí No había sitio para dos corazones rotos Mucha farla y mucho dolor hasta que dije basta, se acabó. Siempre es así, cariño, una noria, una espiral, una nave que se va Pero yo siempre regreso al punto de partida aunque tú no me quieras ya Aunque lo que quede sea el recuerdo del momento en que te partí el corazón Mi vida era solo para mí No había sitio para dos corazones rotos Y en su lugar algunos libros, algo de cerveza El correr de los días y una certeza Que duele igual que si me hubieras roto el corazón Cariño, esta es mi canción. Foto de archivo web

Ocho y medio

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  Estuve en Hernani en una de esas treguas decretadas por el Gobierno de Aznar y de las que ya nadie se acuerda. Unos Txalapartaris habían venido a Valencia de intercambio y mi amiga Candela y yo decidimos, calendario en mano, devolverles la visita. Ella y yo quedamos en la estación de autobuses para coger la Bilman; ella me esperaba desayunando en el bar de la estación -Hola, ¿Estás sola?- Le pregunté. Y ya nadie nos pudo parar; unas cuantas horas de autobús hasta Donosti y una vez allí, bendita lluvia, otro autobús de línea para Hernani. Anochecía, nos dirigimos al punto de encuentro empapadas; pasamos por las adoquinadas calles, solitarias. En las paredes carteles de HB pegados con celo, una luz en la ventana de una planta baja presintiendo el humo y las colillas. Esperamos un poco y nuestro anfitrión llegó; enseguida llegamos a su casa con la solemnidad de la lluvia y de quien ansía mudar de ropa como de piel: así se hizo; comprendimos mínimamente la casa: cocina y cuarto d

Saudade

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  “No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.”   ¿Os he contado las tres veces que estuve en Lisboa? La primera fue un despropósito, como todo en mi matrimonio; aquello parecía una gincana para ver cuántos barrios éramos capaces de visitar en el menor tiempo posible, algo, sin duda, contrario al alma lusitana. Yo no daba crédito. La segunda vez, dejado reposar el divorcio, nos fuimos una amiga y yo y descubrimos una Lisboa a la medida de nuestros pasos y de nuestro bolsillo, fue poco tiempo, como todas mis visitas a Lisboa, pero agradecido y cumplido. Hacía falta un desagravio y dimos buena cuenta de él; especial mención al barrio de Alfama, a sus humildes sardinas y a sus cantaores de Fados por un desayuno. La tercera vez fue un viaje organizado donde además de Lisboa, visitábamos Coimbra. Ya Lisboa estaba gentrificada, ambos tratábamos de visitar los lugares que habían quedado fijos en nuestra retina con anterioridad, aunque sí apareció el Chiado estalla

El pan del pueblo

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  Para que comiéramos pan del día en el almuerzo del colegio mi madre me mandaba a comprar el pan a casa de Lucía la del pan, o si se nos hacía tarde, a la panadería de Vicenta, que estaba más cerca. Mientras acabábamos de arreglar nuestras cosas y esperábamos a que   nuestros primos llamaran al timbre para irnos tod@s junt@s, mi madre preparaba el almuerzo, que no sabíamos de qué estaba hecho hasta que sonaba el timbre del recreo; siempre mucha mezcla de fiambre y nunca de Nocilla, como deseábamos. Para el fin de semana dejábamos la bolsa del pan en el horno de Domingo los sábados, y yo me ofrecía voluntaria para ir a recogerlo porque en ese horno olía muy bien y hacían unas enseimadas espectaculares; no con azúcar glas sino con azúcar en grano, era su hecho diferencial. Las recuerdo porque si salíamos mi madre y yo por la tarde a comprar un costurero y un bastidor a casa de Miret y se hacía la hora de merendar, entrábamos en casa de Domingo y me compraba una con chocolatina de Ling