Sobre gustos no hay nada escrito

 

Un amigo de Twitter había subido a su TL una fotografía de unas gildotxas un tanto especiales: en lugar de anchoas había boquerones envolviendo el vitet y coronaba el pintxo un huevo duro de codorniz.

Enseguida pensó: esto tengo que dárselo a probar.

La crítica culinaria no se hizo esperar: tenías que haber puesto el huevo al final para matizar el sabor de la pebrera; su respuesta fue suave pero contundente: esto es como una tabla de quesos, se empieza por el sabor más suave y se va en aumento. No hubo contra réplica, apuró su cerveza y se fue derecho a la cama, no a esperarla sino a dormir la mona que arrastraba desde el día anterior.

Pues menudo plan, con esto no contaba. Por supuesto el final estaba bien cerca; un par de encuentros más encendieron en su cabeza la señal de rien ne va plus.

Lo malo es que él se había quedado con su ejemplar del Sup y ella a su vez con el de él de Vázquez Montalbán.

Pues menudo plan, a la larga salía ganando él porque comparando los dos libros, el del Sup era mucho mejor de calle.

Ella nunca regalaba  o dejaba un libro sin haberlo leído antes, igual que nunca ofrecía un plato sin haber probado al menos lo correcto del guiso.

Pero en la Literatura como en la Gastronomía vale más caer en gracia que ser gracioso y en aquella casa el aire se cortaba con el filo de un folio.

Ella se marchó dando un sonoro  portazo que no dejaba lugar a la duda  porque para eso se dan los portazos.

Llegó a casa indignada, aliviada y ebria a partes iguales; llamó a una amiga (Qué grandes las amigas en momentos así) que se alegró, alivió y demostró su grado de embriaguez a partes iguales; así, contentas las dos, se despidieron con la consabida exaltación de la amistad y ella, de vuelta a su mundo individual acertó a ponerse el pijama y a meterse en el sobre.

Los días siguientes no hicieron sino corroborar la maravilla de su decisión: una semana de vino y rosas para coronar la profunda emoción y vuelta a recomponer casa, cuerpo y mente: esto costaría un poco más, no por la acción en sí misma sino por la reflexión previa necesaria para llevarla a cabo.

Dejó dicho Joan Miró en 1961 acerca de su obra: “Tardé mucho tiempo en hacerlas, no en pintarlas”.

Así ella con su vida no apuntaba ni a lo más alto ni a lo más bajo y solo esperaba mantener una constante vital, un descubrir que la vida ha valido la pena precisamente por haberla vivido.

Werner Herzog, en pleno invierno del 74 viajó a pie de Múnich a París en busca de Lotte Eisner con el convencimiento de que ese hecho prolongaría la vida de su amiga enferma. Este acto profundo de amor y locura se recoge en forma de diario en una modesta edición de Gallo Nero titulada “Del caminar sobre el hielo” y viene con traca final.

Así se explica pues la creación y su proceso, que requiere de una profunda introspección tras hacer balance de lo vivido.

Ella, cómo os lo diría, está en el camino todavía, descubriendo que perseguir los sueños literalmente puede no llevarte al objetivo ansiado pero la Itaca te habrá dado el viaje, mira a Kavafis.   



Matisse. Blue Nudes. 1952

                                                                               


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