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Médico y paciente

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  Han congeniado y han llegado a un acuerdo tácito: el paciente no le llamará si no es absolutamente necesario pues el médico tiene otros muchos pacientes que atender en su loco horario de guardias imposibles. En sus encuentros se ponen al día de todo lo acontecido desde la última visita; a veces el paciente, dejándose llevar por el ambiente distendido, quiere saber más sobre el médico y este se escabulle con frases que él interpreta, desde el farfullar, como un distanciamiento profesional riguroso y necesario. No hay tiempo para silencios incómodos, tal es el grado de complicidad entre ellos. Cada vez que el paciente entra en la consulta el mundo entero se detiene porque la vida de ambos está en ese momento en manos de los dos y el paciente siempre hace que broten jazmines de la estilográfica del médico.                           Fotografía: @Crisangu72 Balconades de Russafa                               

Song

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  Sé cuál fue el momento exacto En que te partí el corazón Tuve que hacerlo Mi vida era sólo para mí No había sitio para dos corazones rotos Mucha farla y mucho dolor hasta que dije basta, se acabó. Siempre es así, cariño, una noria, una espiral, una nave que se va Pero yo siempre regreso al punto de partida aunque tú no me quieras ya Aunque lo que quede sea el recuerdo del momento en que te partí el corazón Mi vida era solo para mí No había sitio para dos corazones rotos Y en su lugar algunos libros, algo de cerveza El correr de los días y una certeza Que duele igual que si me hubieras roto el corazón Cariño, esta es mi canción. Foto de archivo web

Ocho y medio

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  Estuve en Hernani en una de esas treguas decretadas por el Gobierno de Aznar y de las que ya nadie se acuerda. Unos Txalapartaris habían venido a Valencia de intercambio y mi amiga Candela y yo decidimos, calendario en mano, devolverles la visita. Ella y yo quedamos en la estación de autobuses para coger la Bilman; ella me esperaba desayunando en el bar de la estación -Hola, ¿Estás sola?- Le pregunté. Y ya nadie nos pudo parar; unas cuantas horas de autobús hasta Donosti y una vez allí, bendita lluvia, otro autobús de línea para Hernani. Anochecía, nos dirigimos al punto de encuentro empapadas; pasamos por las adoquinadas calles, solitarias. En las paredes carteles de HB pegados con celo, una luz en la ventana de una planta baja presintiendo el humo y las colillas. Esperamos un poco y nuestro anfitrión llegó; enseguida llegamos a su casa con la solemnidad de la lluvia y de quien ansía mudar de ropa como de piel: así se hizo; comprendimos mínimamente la casa: cocina y cuarto d

Saudade

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  “No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.”   ¿Os he contado las tres veces que estuve en Lisboa? La primera fue un despropósito, como todo en mi matrimonio; aquello parecía una gincana para ver cuántos barrios éramos capaces de visitar en el menor tiempo posible, algo, sin duda, contrario al alma lusitana. Yo no daba crédito. La segunda vez, dejado reposar el divorcio, nos fuimos una amiga y yo y descubrimos una Lisboa a la medida de nuestros pasos y de nuestro bolsillo, fue poco tiempo, como todas mis visitas a Lisboa, pero agradecido y cumplido. Hacía falta un desagravio y dimos buena cuenta de él; especial mención al barrio de Alfama, a sus humildes sardinas y a sus cantaores de Fados por un desayuno. La tercera vez fue un viaje organizado donde además de Lisboa, visitábamos Coimbra. Ya Lisboa estaba gentrificada, ambos tratábamos de visitar los lugares que habían quedado fijos en nuestra retina con anterioridad, aunque sí apareció el Chiado estalla

El pan del pueblo

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  Para que comiéramos pan del día en el almuerzo del colegio mi madre me mandaba a comprar el pan a casa de Lucía la del pan, o si se nos hacía tarde, a la panadería de Vicenta, que estaba más cerca. Mientras acabábamos de arreglar nuestras cosas y esperábamos a que   nuestros primos llamaran al timbre para irnos tod@s junt@s, mi madre preparaba el almuerzo, que no sabíamos de qué estaba hecho hasta que sonaba el timbre del recreo; siempre mucha mezcla de fiambre y nunca de Nocilla, como deseábamos. Para el fin de semana dejábamos la bolsa del pan en el horno de Domingo los sábados, y yo me ofrecía voluntaria para ir a recogerlo porque en ese horno olía muy bien y hacían unas enseimadas espectaculares; no con azúcar glas sino con azúcar en grano, era su hecho diferencial. Las recuerdo porque si salíamos mi madre y yo por la tarde a comprar un costurero y un bastidor a casa de Miret y se hacía la hora de merendar, entrábamos en casa de Domingo y me compraba una con chocolatina de Ling

Taxi Tuits

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  El taxista pronunció con tono acusatorio: -Denegada- Ella, que sabía que tenía saldo, insistió; -Denegada- Sacó un billete de veinte solo por joder. -Cóbrese- "Pedazo de cabrón que tiene el datáfono estropeado y me echa la culpa a mí". *** Había una parada de taxis justo delante del hospital pero prefirió estirar las piernas y llegar hasta la siguiente. Dió la dirección e indicó la ruta preferida. El taxista empezó a recordar su adolescencia en una sala mítica de la zona; ella lo miró por el retrovisor. -Debemos tener la misma edad- calculó. Todo el cansancio acumulado durante días se apoderaba de ella y tuvo que hacer un esfuerzo por devolver a su memoria a aquella época despreocupada y loca. -Mira, aquí vivía yo- dijo él. Fue la mejor carrera en mucho tiempo. *** Le pido la parada a un taxi y en lugar de parar acelera y sale pitando. Le pido la parada al siguiente y para 50 metros más lejos porque el semáforo está en rojo. Voy corriendo, intent

Por Soleá

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  En los múltiples y variados talleres que se impartían en L’Ateneu Russafa estaba el de guitarra flamenca; efímero taller dirigido por Faelo en el que nos dió tiempo de aprender la base de la Rumba y la de los Tangos antes de que nos abandonase rumbo a Italia detrás de unas faldas. Nunca más supimos de él y nos quedamos con nuestras guitarras y nuestras ganas; la mía era prestada, la guitarra, no las ganas, así que quedé huérfana sólo a la mitad. Con el tiempo pude comprarme una guitarra para zurdas y llegué a tener un joven profesor particular que me enseñaba los acordes básicos para los que mi tiempo era claramente insuficiente: trabajaba siete días a la semana y el poco tiempo libre que tenía lo dedicaba a reponer fuerzas para el día siguiente. La histórica reivindicación de ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso y ocho horas de tiempo libre se la pasaba el Alcalde de mi pueblo por el forro de los cojones. Cuando al fin tuve tiempo escaseó el dinero; esta vez me quedé con