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Russafa

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          Nací   en una clínica privada que había en la calle Ruzafa, al otro lado de la Gran Vía de las Germanías; una clínica que cubría un seguro que mis padres tenían porque en aquellos años ni siquiera existía el Régimen General de Autónomos. Mi madre se quedó tranquila cuando le dijeron que había sido una niña y que era la única niña que había nacido esa noche (por si me robaban o algo). Mi abuela Josefa ya hacía tiempo que vivía en el barrio; la familia dejó Paterna cuando los hijos varones tuvieron edad para estudiar la Secundaria y se trasladó a la calle Dr. Serrano. Por ese motivo y por la cercanía con la Estación del Norte, dado que mi abuelo era ferroviario de RENFE. Pasaban los años y mi madre y sus tres hermanas se casaron una tras otra en la iglesia de San Valero; mientras, mi abuela siguió viviendo en el barrio, cada vez en una calle, cada vez en una casa que reformaba y luego vendía para comprar otra que reformar. Siempre que íbamos a verla mi padre aparcaba en

Mientras dormías

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  El grupo se fue formando de a poco. Primero llegaron Marcela y ella y casi enseguida llegó el primero con un libro para ella, lo había escrito su exmujer. Él le indicaba cómo le había ayudado a llegar a aquellas conclusiones e insistía mucho en los detalles mientras señalaba la importancia de cada párrafo a medida que ella avanzaba en el libro para hacerse una idea. Él le apartó con una caricia un mechón de pelo; el otro, que se había incorporado ya al desarrollo de   las explicaciones literarias, reparó en el detalle y quiso aportar su granito en la pugna por la mujer cogiéndole la mano derecha y besándosela, ella dejó por fuerza de leer, él detuvo sus explicaciones y miró indignado al otro que le devolvía desafiante la mirada. Ella volvió de nuevo la vista hacia el libro y se alejó del grupo continuando la lectura sin poder evitarlo. Sabía que había llegado el momento de escoger y no podía hacerlo.                                                                                  

Ventana al mundo ( Guanyador a la XXV Edició Premi Literari Rosa de Paper, Microrelats modalitat D. 250 paraules)

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Encendió el portátil y abrió el correo como cada mañana dispuesta a dejarse sorprender por las noticias. Allí estaba el taller de relato corto de Lady Distopía al que dio una vuelta después de algún tiempo sin dar señales de vida. Sí que había escrito a Lady presentándole sus disculpas porque la realidad le superaba y no podía con la ficción en ese momento. Había escrito algo sobre Bartleby, el escribiente, en Twitter y Ludwig le había enviado un enlace de un sesudo análisis semiótico de la obra de Melville. Se alegró de encontrar otros puntos de vista y los añadió a la carpeta de nuevas interpretaciones. La videoconferencia del Ballet de la Ópera de Paris interpretando Romeo y Julieta, de Serguei Prokófiev,   agradeciendo a todo el mundo la no paralización del País le había calado hondo. Como también lo hicieron los pequeños vídeos de animales salvajes explorando territorios civilizatorios sorprendentemente desiertos, para comprender al instante que toda aquella magi

Al que brilla con luz propia nadie lo puede apagar

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Mis primos Sergio y Toni, mi hermano y yo éramos l@s inseparables, pero aquel verano mis primos y mi hermano se fueron a pasar las vacaciones a Alcalá de la Selva y yo me quedé en el apartamento de mi tío Paquito y mi tía Maruja en Tavernes de la Valldigna, muy cerca de donde, años más tarde, Rafael Chirbes sitúa su Crematorio. Eran días tranquilos de sol y de playa, y aunque para mí era una casa familiar, no dejaba de extrañar porque era la primera vez que mi hermano y yo nos separábamos durante tanto tiempo. Debía tener seis años. Guardo pocos recuerdos de aquellos plácidos días veraniegos; no sé cuánto tiempo pasé allí, quince días máximo. Sí conservo en la memoria sin embargo, la agradable brisa mediterránea sobre mi desnudo torso infantil, los castillos de arena sin cubo, el refugio de la sombrilla tras secarme al sol. Mi prima Eva, que llegaba por las tardes y se iba por las mañanas, me preguntó una noche si quería una ballena para cenar, yo, naturalmente dije q

Sexo y literatura

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Recuerdo que iba con Sexus de Henry Miller a todas partes, la edición de bolsillo de Alfaguara violeta y gris; un libro aparatoso que exigía bolsos enormes para transportarlo en el metro y en las juergas que nos corríamos ya en Valencia.  Daba igual que fuese mediodía o por la noche, yo siempre aprovechaba la ocasión para adelantar unas páginas y aplicarlas a la vida real. Follábamos mucho en aquel entonces, y Henry Miller propiciaba el clima. Yo entonces salía con un cronopio que tenía una polla descomunal y muy bien circuncidada. Chica, daba gozo verla Iniesta, siempre a punto para pegar un polvo. Ésa polla no me era fiel, o era fiel a su modo; el caso es que me daba igual, como me dan igual ahora los amantes infieles de cualquier época. Me importan tres cojones. Me importan mis recuerdos, me importa mi primo Sergio.  A ti te conocí un instante y fue bello; nada comparable con un hermano al que la vida ha tejido en las entrañas de la infancia. Ahora mism

Negril

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Todo el día escuchando a Bob Marley, al final se me tenía que aparecer. Fue un concierto de los Wailers en Arena en Fallas de no recuerdo qué año, al que mi amiga Candela se empeñó en llevarme para sacarme de casa porque, a su juicio, ya llevaba demasiado tiempo llorando la enésima ruptura con mi novio de toda la vida. Me pillaba con dinero en el bolsillo, asi que, ¿por qué no? En la entrada había una cola dispersa rastafari con muy buen color y muy buen olor; vamos que sin prisa por entrar. El organizador y presentador de l concierto fue Pere, de Jah Macetas, que ahora mismo está a la diestra del Maestro fumándose unos mais. Candela y su novio prefirieron quedarse en las gradas, pero yo tenía que estar lo más cerca posible del escenario. Aquel rastafari vestido con ceñidos cueros rojos me atraía como un imán; parecía un demonio venido desde Jamaica a cantarnos nuestra propia realidad. Pronto empezaron las peticiones “Running Away”, gritaba un chaval muy Kaya a

Blade Runner

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Recuerdo todas las sensaciones que me produjo ver Blade Runner en el Metropol en el 87, año arriba, año abajo. Adaptación cinematográfica de la novela de Philip K. Dick “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”. Era la primera película de Ciencia-Ficción para el recién estrenado mundo adulto que comenzaba a transitar; atrás habían quedado La Guerra de las Galaxias, El Imperio contraataca y El retorno del Jedi. Trilogía que ví de estreno desde mi pequeño mundo infantil en salas comerciales. Ahora Harrison Ford y Sean Young formaban la imposible pareja de blade runner y replicante; y Rutger Hauer nos cortaba la respiración con su monólogo final. Acababa de ver una película que estaba dando que hablar en lo cinematográfico, en lo político y en lo ecológico. Precisamente eso era lo acertado del film, sentar las bases de las discusiones sobre lo posible y lo inquietante de la Ciencia-Ficción en el mundo real.   El barrio al que acudir después era el Barrio