Salitre
Estaba realmente triste. Pensó que el mismo tranvÃa que le llevaba a la obligación bien podÃa acercarle a la playa de la Malvarrosa a quitarle las penas y el mal sabor de boca de ese dÃa aciago. No importaba el dÃa siguiente, para nada pensó en el dÃa siguiente; seguÃa un impulso y su amiga por teléfono le hizo reflexionar, aunque, bueno, tampoco pensaba volver a las tres de la mañana. Solo querÃa sacudirse un poco el calor y la ascopena que se le habÃan pegado al cuerpo como una lapa del tamaño del Cañón del Colorado. Llegó a la hora en que l@s últim@s remolones apuraban la cuerda al reloj de sol y preguntó desorientada a dónde dirigirse para tomar algo. Enfiló y encontró que una pareja de turistas dejaba hueco a la orilla de la arena. “Miel sobre hojuelas”, pensó y encontró la manera de no saltarse excesivamente la dieta, recordando las palabras de su Nutricionista favorita “Hay que vivirr”, desterrando asà la culpa de su cerebro, esa canalla rencorosa e inútil como el vera