Salitre
Estaba
realmente triste. Pensó que el mismo tranvía que le llevaba a la obligación bien
podía acercarle a la playa de la Malvarrosa a quitarle las penas y el mal sabor
de boca de ese día aciago.
No
importaba el día siguiente, para nada pensó en el día siguiente; seguía un
impulso y su amiga por teléfono le hizo reflexionar, aunque, bueno, tampoco
pensaba volver a las tres de la mañana. Solo quería sacudirse un poco el calor
y la ascopena que se le habían pegado al cuerpo como una lapa del tamaño del Cañón
del Colorado.
Llegó
a la hora en que l@s últim@s remolones apuraban la cuerda al reloj de sol y
preguntó desorientada a dónde dirigirse para tomar algo. Enfiló y encontró que
una pareja de turistas dejaba hueco a la orilla de la arena. “Miel sobre
hojuelas”, pensó y encontró la manera de no saltarse excesivamente la dieta,
recordando las palabras de su Nutricionista favorita “Hay que vivirr”,
desterrando así la culpa de su cerebro, esa canalla rencorosa e inútil como el
verano.
El
suave sonido de un acordeón se inició a su espalda. Breve y conciso prosiguió
su deambular y desapareció suave como había venido.
Como
lectura tenía en su regazo un libro de Rafael García Marco que había ganado en
los sorteos que el Escritor organizaba en Twitter para amenizar algunas semanas
en la red y de paso ponerse al día con sugerencias que l@s concursantes traían
encantad@s sin importar siquiera si les tocaban los premios. Qué va, es
mentira: Literatura gratis, cuenta conmigo.
Seguía
un reloj interior que nunca le había fallado, acertó a coger el último tranvía
desde la Malvarrosa que bien podría haberse llamado deseo cumplido y a otra
cosa, mariposa.
Bona
nit, cresol, que la llum s’apaga.
Fotografía de una noche de verano.
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