Cristina free
“Para
encontrar la luz fugaz de algún relámpago de abril
que
me descubra un claroscuro, una silueta o un perfil
para
hacer frente a la jauría cuando escape del redil.
No
se me ocurre otra manera
de seguir en la trinchera
con un beso por fusil.”
LEA
Tras el contacto inicial y la conexión
apropiada quedaron para conocerse en persona el sábado por la tarde. Faltaba
una semana en la que muy educadamente se daban los buenos días y las buenas
noches e intercambiaban información interesante que serviría para utilizar en
la cita llegado el momento y para conocerse un poco según avanzaba la semana.
Se había sacudido el pasado como quien se
sacude el pelo e iba a conocer una nueva etapa en su vida. Sus cincuenta años
bien vividos le darían una señal; aunque nunca se sabe siempre se sabe.
Quedaron en la cafetería con hilo musical de
un aséptico hotel del centro. Hablaron y hablaron, de gustos, de cine, de
aficiones espirituosas, él más desde el presente, ella, para qué vamos a
engañarnos, más como una evocación. –Tal vez tenga demasiada energía- pensó
ella.
El hilo musical empezaba a taladrarle, también
hacía frío aquella recién estrenada primavera valenciana que más se asemejaba a
un invierno siberiano.
Pagó él, una infusión y un bombón.
Ella decicdió acompañarle un trecho, así aprovechaba para hacerse con un programa de la Filmoteca. Él quiso despedirse con un par de besos (que ella concedió) y con un ojalá que volvamos a vernos. Dejó que se perdiera entre el gentío y permaneció unos instantes al lado de un músico ambulante que calentaba los acordes de su guitarra con una canción de los Beatles. No se quedó mucho rato. Lo justo para darle unas monedas al viejo rockero y decirle -Salut- a lo que él contestó
-Salut i amor-
Cruzaron las miradas y entonces lo supo,
supo que en realidad con quien le gustaría pasar el resto de la noche era con
él.
Dió media vuelta y enfiló hacia casa,
aliviada, feliz y libre.
Fotografía: Manhattan, 1949. Ruth Orkin
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