Curriculum Vitae

 

  

Se había dicho a sí misma que se haría anarquista en cuanto terminara de leer El tiempo amarillo, de Fernando Fernán Gómez y estaba dilatando el momento debido a la convocatoria de elecciones para la inminente primavera. No sabía muy bien por qué, tal vez por cierta resistencia a aceptar el hecho de que ya no reconocía la figura de su Secretario General como principio de autoridad competente y delegativa de su voto. El posicionamiento de su partido frente a situaciones en materia de política geoestratégica como el Sáhara o Ucrania la habían decepcionado tanto como el resultado del Referéndum de la OTAN en su momento.

Sin embargo no perdía de vista el aumento exponencial de la derecha en cualquiera de sus versiones, azul o verde, preguntándose una vez más acerca de lo oportuno del voto útil como cordón sanitario (expresión popularizada y para su gusto poco acertada) al crecimiento de la sinrazón.

Había dado todas las batallas desde su más tierna adolescencia: desde las movilizaciones estudiantiles del 86 contra la LOGSE hasta las huelgas feministas de cuidados de 2018, derivadas del pensamiento ecofeminista.

Después de esto paró porque su mundo no estaba en orden y necesitaba recomponerlo.

Sabía que iba a llevarle un tiempito sanar las heridas y aclararse; se mudó a un piso sin televisión ni plataformas digitales de entretenimiento, lo suficientemente lejos de la ciudad como para comenzar a adquirir la perspectiva de una nueva vida de asumida y serena madurez. Atrás quedaba vivir la vida como si se fuera a acabar mañana. Le venía a la memoria el final de El Coronel no tiene quién le escriba, de García Márquez y no podía por menos que maldecir en estricta soledad.

 Hoy, en que por fin puede levantarse sin despertador, el cambio climático sigue su curso.




Fotografía: portada de El tiempo amarillo

copyright del diseño gráfico:Filo Estudio






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