Sin miedo ya a los fantasmas
Tuve que renunciar al más
bello de mis sueños y abrazar a la sinrazón como a una hermana para encontrar
una voz propia, cansada ya de tanto mimetismo.
Esta noche, más de quince años
después, puedo sostener un libro entre mis manos sin temor a que me tiemble la
voz o se me quiebre el corazón por los amores perdidos, los que nunca fueron
verdad.
Escribo en este breve lapso de
tiempo a la espera de que mis conexiones neuronales vuelvan a unirse; ya sin
vino ni rosas, pero también ya sin espinas.
El día ha sido plácido y
productivo, su noche lúcida.
Los libros nuevos, propios en
la elección y sin la carga de las dedicatorias que tornaba imposible su
lectura.
Doy largos paseos sin la
urgencia de la competición que parece haberse instalado ya definitivamente en
cada fragmento de humanidad. Las sociedades enfermas solo pueden dar el fruto
que las califica. Y lo peor está aún por llegar, pero llegará,
indefectiblemente, cargado de anhelos y servidumbres malograd@s.
Como contrapunto una música
suave acaricia mis oídos y da paz a mi espíritu; una nimiedad si se quiere en
medio de tanta nota discordante.
Tras más de dos años de locura diaria encuentro que mis manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos y pasiones me pertenecen tanto como al pobre mercader y las lágrimas acuden sin llegar a la inundación, retenidas a tiempo. Contenidas como mi voluntad.
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