Primavera y agujetas






Primavera y agujetas


Tenía un trabajo y una casa, además era joven y bonita; iba a salir un sábado por la noche con una amiga por primera vez, mucho tiempo después de su divorcio.

Así que a las siete empezó la tarea, su mente ya estaba dispuesta, quedaba arreglar el cuerpo, que a esas edades, todo sea dicho, tiene poco que arreglar. Estaba imponente: lencería cómoda pero sexy y un cuerpo para el vicio.

Con su amiga, curtida en mil batallas más que ella, de las copas pasaron a la cena y del postre de nuevo a las copas, y como por una ley natural se encontró en la barra de un after pidiendo un Gin Tónic y entablando una breve cnversación con el chico que estaba acodado a su lado.

Él preguntó:
- ¿Eres amiga de Candela?
-Sí, he venido con ella, está por ahí.
-¿Nos vamos?

Así, la conversación de ligue más corta de la historia le condujo al polvo más largo de su vida.
Al principio torpemente, iniciando el reconocimiento del otro cuerpo; con prisa salvaje y verdad, empeñándose rápidamente en encontrarse.

Almas gemelas del sexo. Amanecía, atardecía, descansaban brevemente con la urgencia metida en cada curva, en cada señal de la piel, que ya para siempre sería la comunión inolvidable de dos cuerpos sanándose las heridas en cada embestida, en cada beso, en cada mirada.

Ni en sus más activos y adolescentes años había tenido un amante como aquel, se encontraba cara a cara con una nueva realidad en aquel sábado que se había convertido en domingo y que parecía no tener fin.

En una de las pausas ella dijo:

-T’agrada el meu cul?

Él, que para ser del norte había entendido a la perfección la pregunta, la llevó de la cama al salón, entraron muy juntos; ella no podía contar ya los orgasmos que le había proporcionado y ahora, en justicia, le tocaba a él.

Se hizo el silencio.

Era el primer hombre con el que había estado desde que se encontraba felizmente divorciada tras cinco años de asfixiante matrimonio en el que el sexo se había convertido en la hegemonía de él sobre ella; sin permiso, por obligación, una violación constante.

Había necesitado tres años para superarlo.

Pero aquella persona con la que se encontraba ahora estaba dispuesta a hacerle la cena y le preguntaba si tenía hambre. “¿Si tenía hambre? se comería un caballo”.
Mientras él preparaba lo que a ella le pareció un manjar de dioses, escuchaban “Carne cruda” en Radio 3.

Eran tiempos de reivindicaciones en masa contra la precarización de los servicios públicos. Acababa de tener lugar la Primavera valenciana: una feroz represión contra l@s estudiantes que protestaban contra los recortes en Educación.

Era por tanto un amor revolucionario, y eso difícilmente puede olvidarse.

Habían pasado los años y l@s dos amantes vivieron sus propias vidas.

Ella ahora se miraba al espejo y sonreía al ver el reflejo de su memoria en el cristal.




Fotografía: Vinz.




Comentaris

  1. Està molt bé. En el plà de les emocions transmeteix una força extraordinàriai, en el sintàctic sobraria una coma.

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