Bajo una manta de estrellas. (Publicado en el Especial Navidad de Papenfuss) *Ampliado.



Bajo una manta de estrellas


Aquellos gatos marroquíes eran el doble de grandes que un gato común europeo; sólo entendían su hambre y esperaban la llegada de la noche para colarse por las ventanas de lo que una vez fueron los lavabos de lo que una vez fue un hospital colonial francés.

Aquellos gatos salvajes miraban fijamente a los ojos y sólo cabía volver a la habitación en franca retirada y agradecer por no tener comida que pudiera atraerles cerca.

Era la noche del 31 de diciembre de 2015 y esperaban para ser repatriados en ambulancia a Valencia desde Er-Rachidia. Él se había roto seis costillas al caer desde un camello en plena hamada, mucho antes de llegar a las dunas del desierto de Merzouga, donde iban a pasar una noche bajo las estrellas que alumbrarían un nuevo año, un nuevo horizonte; teniendo como anfitriona a la tribu nómada de los Gnawa cuyos antepasados habían sido esclav@s negr@s del Pueblo Amazig y que eran célebres por su sincretismo musical.

El frío de diciembre calaba sus huesos maltrechos, estaba amarillo de puro dolor, y ella sólo podía pedir, en su precario francés de instituto, “de la coberture et pour le doleur s’il vous plait”
.
La noche del 25 de diciembre la habían pasado como turistas responsables en Chaouen, donde ella se había empeñado en llevarse una parte de ese color azul en polvo para reproducir la peculiaridad en su casa.

 Contrastaba mucho cenar en grupo con el vino de tapadillo, los efectos del cual resultaron imposible disimular, con la sobria y serena belleza del pueblo celeste.

Después Fez: la Medina antigua, la curtiduría de Chouwara, una fábrica artesanal de cerámica. El Medio Atlas y por fin el desierto; con sus rosas, con sus oasis, con sus mujeres amazig, con sus camellos.

Camino del mercado de Rissani ella vió cómo Alí- Babá tomaba prestado un atillo de zanahorias de un carro en marcha; la torpe sincronización hizó que el joven perdiera tan preciado botín pero conservara su libertad gracias a las miradas despreocupadas de turistas y oriund@s. Guardó el secreto y sintió una pena inmensa.

La noche cayó silenciosa fuera de las paredes del hospital. Ella miró su reloj, eran las doce de la noche; se acercó a su cama, le dio un beso en los labios y le dijo “Feliz año nuevo”.


Fotografía: Boletín Papenfuss




                                                                         
                                                                           


                                                                           
                                                                       

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