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Corazón coraza

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  Vivíamos a dos calles de aquí y a un mundo de distancia. Compartíamos piso y aunque nuestras formas de vida eran muy distintas, un fin de semana de Halloween decidimos pasarlo en Madrid. Nada, llegar a la pensión del   Barrio de las Letras, cambiarnos de ropa y salir a la noche a triunfar sin tiempo de pensar qué íbamos a hacer después. A él y a mí conocernos mejor fue lo que se nos ocurrió y nos salió bien. Tras el breve descanso y ya entrada la mañana bromeamos sobre el 15M y algunas cosas más. Él me dijo: si quieres trabajar aquí hay trabajo, pero no entraba en mis planes mudarme a vivir a Madrid. Justo estaba saliendo de una etapa de mi vida complicada, cómo no, y no estaba más que lamiendo mis heridas sin ningún tipo de plan de futuro. Salimos a la calle; yo quería ducharme y cambiarme de ropa. De camino a la pensión pude ver de cerca el exuberante   jardín vertical del Caixaforum y pasé sin darme cuenta por la puerta del Reina Sofía. Cuando nos duchamos por fin pude ver

Eternamente Yolanda

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  Al entierro de mi primo Sergio vino Yolanda León; vino mucha gente, amig@s del instituto y de la vida, pero Yolanda había vivido con nosotr@s nuestra más tierna infancia en brazos de la Educación General Básica y habíamos sido compañer@s desde párvulos hasta las cercanías de la Secundaria. Yolanda era la que nos enseñaba a cantar en las primeras excursiones a la fábrica de yogures Danone en un polígono de Valencia, Ay picoleto, picoleto hijo de puta, y otras más igual de irreverentes en el trayecto que nos brindaba el autobús. También fue la que en el mes de Mayo, mes de María que madre nuestra es y a la que había que llevar flores en el altarcito que teníamos en clase, trajo un cactus que con el florecer de la primavera fue creciendo y adquiriendo unas determinadas proporciones que no reproduciré aquí. En el entierro me habló de una acampada y me preguntó ¿Te acuerdas? Yo no me acordaba pero dije que sí porque no tenía ganas de llevarle la contraria; y más que dudar de mi memo

Te lo digo en los posos

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  Cojo la taza que ha adquirido la temperatura idónea, la dirijo hacia mi boca con la mano izquierda y doy un pequeño sorbo, tibio, dulce; noto como baja por mi tráquea y lentamente llega a mi estómago . La dejo reposar en la mesa. Doy dos sorbos seguidos esta vez y , de repente me entra prisa porque sé que si dejo pasar mucho tiempo la calidez del líquido desaparecerá y con ella esos sorbos de placer, pero no me apresuro, escucho a mi estómago que me dice que está listo para una ingesta más; por tercera y cuarta vez tomo a sorbos la infusión. Eructo –In sala- Todo está bien en este instante. Al regar las plantas he comprendido. Fotografía: @restot